El vínculo de nuestra débil promesa.
"Bienvenido a mi morada. Entre libremente por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae"
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Las cenizas bajo nuestros pies
sábado, 19 de marzo de 2016
El olvido solo se llevó la mitad
La fecha se acercaba, lentamente el reloj de su corazón aminoraba la marcha hasta decir adiós. Aquella era una decisión que no podía contradecir, los latidos eran libres de ir, venir y pararse cuando lo creyeran oportuno y cuando su salud enfermó, decidió aceptarlo con presteza y en silencio. La vista que recorrieron sus ojos durante su último letargo de vida fue la del cuarto en el que se marchitaría la flor de su humanidad. Rodeado de cuatro frías paredes grises pintadas de indiferencia y un techo bajo que prefería mirar hacia otro lado antes que a él. Postrado en la cama, veía a contraluz el paso del tiempo. A través de las ventanas, el candil del día traspasaba las persianas haciendo patente el transcurso del plazo, ansioso y voraz, como un silencioso e indoloro puñal clavándose en lo más hondo de su ser. Al amanecer, las volutas de polvo le hacían compañía y se acostaban junto a él sobre la manta a cuadros que le abrigaba. Por las tardes, dormía hasta la mañana siguiente, el dosel de sus párpados le daba las buenas noches y los abanicos de sus pestañas canturreaban calmando su pesadumbre mortal. Un sol tras otro, las semanas se unían fundiéndose en meses y en aquella soledad moribunda, yacía sin más semblanza que la suya. Sin nadie a quien mirar con amor en su alegato vagabundo, sin ninguna mano que acariciar con dulzura hasta habérselo llevado.
"No quiero morir" Se decía al recordar su vida, larga y apasionada como pocas. Había recorrido mundo morando en aventuras que quedarían grabadas en el cielo de su gloria cantora. Había logrado amar hasta encontrar el amor verdadero y tras haberlo perdido. Consiguió querer y consiguió perdonar, y aprendió a perder tras haberlo ganado todo. Durante su juventud, sus labios anidaron en tantos puertos que creyó entonces haberlos conocido todos y en su vejez, galopaban las memorias de un ayer fortuito repleto de melancolía. Sus brazos estrecharon durante décadas cuantiosas amistades que juraron en el pasado lealtad y eternidad y que en este último aliento lo habían dejado solo, solo en aquel cuarto que le encogía las carnes con cada minuto que avanzaba en el reloj.
"No quiero morir" Pronunciaban temblorosas sus mejillas al hacer memoria. Su lecho lloraba con él, pues su historia era tan triste como extensa y sus lágrimas tan amargas, que las sábanas se volvían acongojadas para consolarlo con cada luna plateada. La pena incurable de su espíritu palpitaba en sus venas haciendo de su enfermedad un mal irremediable. Las sombras se extendían bailando con el viento y la muerte se dedicaba a contemplarle en su sopor tras las cortinas de esa habitación en la que la escasa vida que le quedaba, le acunaba con azucaradas canciones de cuna. Las estrellas, desde su palco espacial, oscilaban tiritando con cada sollozo, sus suspiros arañaban la oscuridad del firmamento volando hasta ellas, haciéndoles llegar su elegía nocturna, enterrados sus sueños bajo tierra, arrullados para siempre los ríos de su corazón resentido y abandonado.
"Esta agonía, esta congoja...pronto se irá. Pronto se me llevará, aunque no quiera morir"
domingo, 13 de marzo de 2016
El sujeto contra el que acometo
¿Puedes escuchar el anuncio de una muerte que en silencio sentencio?
Como un ángel que con sus alas te toca, así es la muerte, te apoca.
Entre tumba y tumba yace su imperio que bajo tierra retumba.
Bajo un manto de estrellas siento el pesar de sus huellas, mermando con su beso todas mis querellas.
¿Puedes escuchar su canto que te acuna entre luna y luna?
¿Puedes escuchar mi llanto a través de este camposanto?
Si arrastrarte consigo es su decreto ¡No quiero ser testigo de su secreto!
Si en el cautiverio de este cementerio he de perderte ¡No pienso seguir siendo fuerte!
Bajo esta bóveda celeste que me abriga, aún perdura la amargura.
Bajo este desconsuelo que me hostiga, la parca ríe. Navega contigo en su barca a la deriva.
Maldita sea mi suerte incapaz de retenerte y maldita esta laguna de sepultura carente de cordura.
Maldita sea tu lápida, invadida por tu cuerpo sin vida y maldita tu muerte que con su pesar, me tortura hasta la desventura.
martes, 8 de marzo de 2016
Escalada meteórica
jueves, 17 de diciembre de 2015
Rivales
Ambos se miraron con la complicidad de quienes han pasado los mejores o peores años de sus vidas acompañados. Uno junto al otro, exhumando el mismo aire durante décadas, permitiendo que el destino los hiciera inseparables hasta que uno de los dos acabase muerto. Hasta que las circunstancias se hicieran tan insostenibles como para tener que morir. Uno junto al otro, hasta el día de hoy.
-Ya te lo he dicho, Joe, no seas tan desconfiado -respondió pronunciando cada palabra con la rapidez de un coral haciendo atletismo- Sabes tan bien como yo... que sería
incapaz de mentirte.
Una sonrisa socarrona y jovial sombreó su perfecta dentadura. La mueca de aquel hombre era como contemplar la caída de la acidez cítrica en la más dulce de las lenguas, y su efecto, como era de esperar, no tardó en propagarse en el interior del contrincante de aquel peculiar duelo de ajedrez. Los ojos del desesperado Joe se clavaron con fuerza incorpórea contra los de su rival, con el nudo en mitad de la garganta a punto de ahogarlo y las cuencas saliéndose de sus rojas e hinchadas órbitas, por unos segundos el impulso irrefrenable de matarlo allí mismo, de arrastrar su cuerpo más allá de los confines de los infiernos y comerse sus tripas se apoderó de él.
-¿Qué ves más allá de mí mismo, querido? ¿Puedes verte?
-Déjate de rodeos -exigió dándole la espalda con brusquedad al mismo tiempo que se frotaba la cabeza con las manos empapadas en sudor- ¡Déjate de rodeos, joder!
-¿Te ves del mismo modo en el que yo me veo en ti?
La silla en la que segundos antes permanecía sentado el bueno de Joe se vio despedida contra la pared, dejando tras el golpe un silencio incómodo tras el que se escondía la sorna de uno y la impotencia demente del otro.
-Dime donde están.
-Deberías mirarte esos cortes, Joe, esa butaca estaba oxidada y te está sangrando la mano.
-Que me digas de una vez dónde están -ambos sabían que ésta sería la última de sus tertulias, la cuenta atrás de sus vidas hacía abriles que agonizaba entre ellos con extrema insensatez. Sus alientos perforaban el aire a velocidades contraproducentes, uno con la parsimonia serenidad de un vegetal y el contrario con el ritmo histérico de un corazón a punto del estallido final. -Te lo advierto, no habrá próxima oportunidad.
El crujido de una pistola helada relució presentándose a nombre de tercer invitado.
-Es gracioso que me lo preguntes a mí, Joe. A mí, tu mejor amigo. Tantos años juntos... Me decepcionas -admitió con suma tristeza- ¿Quieres saber lo que pasó realmente? ¿De verdad? Baja el arma y te lo explicaré, lo prometo. Juro que si dejas de apuntarme con esa cosa tendrás los detalles que tanto anhelas. Porque has de saber que yo también tengo una advertencia para ti y es que si aprietas el gatillo, te quedarás sin respuestas ¿no queremos eso, cierto? -Joe negó lentamente luchando internamente consigo mismo- Anda, no te hagas de rogar. Muy bien, ya has dado el primer paso, vamos progresando. Bueno ¿por dónde íbamos? Ya me acuerdo, querías saber qué ha sido de ellas. Lo cierto es que no sé que grotescas sospechas te han conducido hasta mí, pero sean cuales fueran no son del todo correctas. Ojalá nunca lo hubieras descubierto, a pesar de todo el esfuerzo que he puesto, mira donde hemos acabado. Uno junto al otro, hasta el día de hoy. Espera, querido ¿no pretenderás huir a estas alturas, verdad? Ahora que estoy a punto de dictarte mi codiciada confesión. No me amargues la gloria y guarda nuevamente el revólver ¿o es que acaso has recordado algo que ignorabas? Oh, ya veo. Ya lo has descubierto. Ya sabes quien soy yo. No temas, será nuestro secreto. Deja de apuntar al espejo, no querrás matarme de verdad ¿no? Para eso tendrías que apuntarte a ti mismo.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Mir Da'len Somniar
En la ciudad portuaria de Eriva, los barcos conquistan los amaneceres repletos de especias, bebidas, esclavos y alimentos exóticos en busca del mejor postor. Famosa por ser la capital de los mercantes, cada mañana se reúnen antes de que el sol se ponga demasiado alto en el horizonte para reclutar el material que ofertarán a pleno grito durante la jornada. Pescado, infusiones, telas o amuletos, cualquier cosa imaginable está disponible en los multitudinarios y caóticos tendales que asaltan íntegramente la zona que horas antes sólo los borrachos se atreven a pisar debido a la alta criminalidad ligada a la madrugada. Aunque últimamente, los rumores de la escasez de hurtos y asaltos nocturnos es algo que va propagándose por los habitantes de la localidad. Algunos dicen que es gracias al aumento de guardias impuestos por el nuevo alcalde, otros afirman que toda preocupación es poca como para que nadie ande de noche a solas, sin embargo, muy pocos se acercan si quiera a la verdadera razón. Los únicos que saben el motivo son los asiduos a: “El Jabalí Tartamudo” La taberna más indeseada en varias comarcas a la redonda. Donde el olor a podredumbre humana es considerado ambientador regional y el barullo es melodioso para aquellos hombres que dormitan junto a sus jarras de cerveza, aferrados a su tacto como si de la más mullida almohada se tratara. Donde sensuales mujeres de mala reputación se ganan el salario siendo el único lugar en el que se las considera un miembro honorable de la sociedad y la música de los trovadores se funde con la narración de heroicas historias que nadie recordará a la mañana siguiente. Y es que, a pesar de estar calificado como el estercolero de la ciudad, lo cierto es que los acontecimientos realmente importantes siempre comienzan allí y esta vez, no iba a ser diferente.
-Quinientas monedas de oro ¿alguno de nosotros verá jamás tanto dinero? –suspiró desalentada.
El chico rubio que la acompañaba sonrió cruzándose de brazos.
-Si alguno de nosotros es quien se lleva la recompensa, sin duda lo verá.
Ambos se miraron fugazmente mientras que la jovencísima, se podría decir que casi niña, muchacha, tomaba asiento en la plataforma de madera desde la que se podía ver la plenitud del piso inferior. Nadie allí dentro prestaba atención a lo que unos y otros hacían con sus vidas, todos reían y bebían hasta desfallecer, pocos viajeros eran lo suficientemente valientes como para hospedarse siquiera una noche y sin embargo, esta era la gente con la que convivía día a día.
-No creo que ese sea el destino de ninguno de los dos –confesó encogiéndose de hombros, como si aquella posibilidad no fuera ni siquiera real y se tratase solamente de un sueño infantil con el que lo único que se consigue es perder el tiempo- Hay demasiada gente apostando.
Los labios masculinos de Zathrian que un comienzo habían traído una sonrisa burlona, le dedicaron una carcajada mordaz al escuchar semejante observación procedente de una lengua con tan poca experiencia. Entretenido con el inesperado giro de la conversación, se recostó sobre la pared dispuesto a averiguar si el tema podría dar más de sí, y con la ceja arqueada y las piernas cruzadas, preguntó con tono burlón:
-¿Acaso no me ves capaz de lograrlo? Lo diez años que nos separan me han dado cierta ventaja en este juego y te aseguro que subestimas mis habilidades.
Unathe negó con la cabeza, ignorante de la broma que le estaban gastando.
-Nada de eso… Es sólo que no te imagino en otro sitio que no sea éste. Si ganaras tanto dinero, seguramente dirías algo como: “Con tantas mujeres bonitas alrededor, mi deber es quedarme”
Y de no haber tenido razón, el joven se hubiera reído, pero si por algo era conocido, era sin duda por su fama de conquistador. Todas las damas de Eriva e incluso de las afueras, habían visitado alguna vez El Jabalí Tartamudo esperando encontrarse con el sensible y apasionado Zathrian. Nobles y descastadas, gordas y delgadas, ricas y pobres. Todas sucumbían. A priori, podría parecer que cualquiera podía describir las sábanas del susodicho, pero sólo aquellas de capital abundante, permanecían meses bajo ellas. A cambio, el secreto de su reputación quedaba sellado de puertas para adentro. Aún casadas y con hijos, la identidad de sus amantes nunca se llegaba a revelar y eso, era un secreto a voces.
-Mi hogar está dentro de estas cuatro paredes. Sé que es algo que no entiendes, pero mi corazón siempre estará aquí, por muy lejos que viaje, nunca sería tan feliz como en esta taberna –el varón hizo una pausa, por una parte deseaba evitar el tema, en cambio, su inestable honestidad le empujaba a dejar ver una incómoda verdad- Al igual que sé que odias vivir en este antro de mala muerte.
Zathrian miró hacia el lado opuesto, donde la contraluz se extendía por todo su rostro. El nudo que se le hizo en la garganta encerraba las palabras que tanto había reprimido desde que los caminos de ambos se cruzaron hasta convertirse en el mismo apenas un año atrás. Las ironías de hace un instante se habían esfumado, la seguridad que le caracterizaba se ahogó en la marea de pensamientos que ahora le inundaba la mente. La canción del bardo hablaba por los dos, absortos y ausentes en sus propios mundos.
-¿Recuerdas la noche en la que me encontraste? –susurró Unathe con un hilo de voz quebrada.
-Cómo olvidarla.
Las notas caminaban entre ellos entre silencio y silencio, como un torrente que les fuerza a continuar hasta el final. La mirada perdida de la menor fluía en la lejanía viajando hasta el autor de la música, esperanzada de que la poesía no cesara hasta que la luna viera un nuevo amanecer. Las recompensas habían pasado a un segundo plano insignificante, los trabajos mal pagados no tenían la más mínima importancia. Los negocios y tratos carecían de sentido.
-La nieve llovía sin cesar y mis dedos comenzaban a entumecerse. Nunca había visitado una ciudad, ni ningún sitio civilizado. Me sentía tan desamparada que pensé que me habían robado el alma. Lo único que tenía era mi arco, este arco que me recuerda que tuve un pasado antes de la taberna. Entonces apareciste arropado entre dos mujeres de arrebatadoras sonrisas y voluptuosos pechos y me condujisteis hasta un lugar cálido al que llamasteis la morada de la felicidad. Nunca había imaginado que la felicidad tuviera tan mal aspecto, pero el calor me resucitó lentamente hasta dejarme dormida. Cuando el sol del día siguiente me despertó en la alcoba en la que me dejasteis, tenía la intención de irme sin decir nada. Sin embargo, antes de comenzar a recoger mis pertenencias, algo me detuvo con brusquedad. Recordé el sonido de un cantar y la yema de unos dedos peinándome con dulzura, la ternura de mi madre diciendo que me protegería de la oscuridad de la noche hasta que mis ojos volvieran a ver la luz. Y a pesar de que su voz se apagó años atrás al igual que la de mi padre y el resto de mi familia, las sílabas de aquella nana acudieron junto a mí, como en los viejos tiempos. Cuando mi clan se reunía alrededor de la hoguera a contar historias de los antepasados, antes de que sus cuerpos mutilados rociaran los campos y me quedara sola. Me crié con la aspiración de un pueblo que quería recuperar su historia perdida para recobrar aquello que consideran hogar. Me enseñaron que nuestro destino era el de rescatar las enseñanzas enterradas para sembrarlas en una nueva tierra que podríamos catalogar de nuestra. Toda mi vida, todos los míos, buscábamos un sitio al que poder llamar hogar. No obstante, algo más fuerte que la propia supervivencia me detuvo aquella mañana, sólo los nuestros conocemos esos versos que se citan en nuestra infancia antes de dormir y a pesar de todo pronóstico, tú o tal vez mi anhelo de encontrar a alguien, fuiste quien la entonó durante la madrugada, con la misma delicadeza que me arropaba cuando era niña. Me trenzaste el cabello y esperaste a que mi respiración fuera ligera para regresar a tus quehaceres. Fue entonces cuando supe que o mi clan había fracasado, o que bien había dejado de ser de los suyos. Porque fue entonces cuando supe que mi verdadero hogar estaba aquí. En la taberna. Contigo.
Zathrian lloró aquella noche porque por primera vez había sentido aquello que llamaban miedo. Siempre la cuidó como si de su misma sangre se tratase, un vínculo creció entre ellos como el más fuerte de los robles y aunque en ningún momento llegó a educarla o criarla, la joven aprendió a observar lo suficiente como para comprender las leyes que regían la frágil pirámide de los suburbios. Muchas de sus amantes la consideraban como a una hermana pequeña. Como de la familia.
Observó su pelo blanco y corto mecerse a la altura de sus orejas puntiagudas. Sus rasgos aún indefinidos, redondeados y suaves, como una brisa de primavera sin florecer. Su mirada frágil y vacía del color de las rosas. Habría matado por ella si hubiese corrido peligro alguna vez.
-Para ser tan pequeña, tienes un pico tenaz, niña. No obstante, aún te queda mucho por aprender. Mi madre me dijo una vez: “En esta vida existen sólo tres tipos de personas: Los honrados, que carecen de suerte y por ello trabajan justamente hasta conseguir sus fines. Los ruines, que aun estando faltos de ella, no dudan en utilizar la totalidad de sus artes para atajar el camino hasta sus metas sean cuales sean las que se propongan. Y los pícaros, la casta más indispensable de la sociedad. Sin lugar a dudas, son la mismísima fortuna personificada. Dependiendo de a quien decidan servir, la balanza se inclinará a un lado u otro. Y esto, hijo mío, es el destino que obligará a un noble ser exiliado por miedo a que sus pecados vean la luz o la suerte que tiene en sus manos la caída del más ilustre heredero” Yo hice mi elección hace tiempo, decidí que éste es mi destino.
Las palabras caían como plomo, a pesar del tono aparentemente jovial del muchacho, era notable la falsa sonrisa que traía consigo. Se acercó despacio a su protegida y colocó las palmas de las manos sobre su semblante ingenuo para poder verla más detenidamente. Para congelar su imagen. Para no desfallecer ante la despedida. Para besarla de una vez sin pensar en el dolor que le causaría en el corazón para el resto de sus vidas.
“Es hora de que elijas el tuyo”
lunes, 3 de agosto de 2015
Trigo y lavanda
Haces que me duela el corazón. La brisa nocturna de agosto azota esta inmensa nada que nos rodea. Puedo sentir su nostalgia en el cuerpo, como si se hubieran liberado miles de suspiros tejidos en sueños estivales, como si cientos y cientos de ellos se hubieran unido para fundirse en el hálito de la madrugada. El calor se derrite entre sus dedos permitiéndonos disfrutar de esta noche de verano. En este campo donde las flores y el trigo bailan meciendo nuestra melodía, me siento desconsoladamente triste. Tus ojos atraviesan mi ser y ya no puedo caminar, cuando tu rostro se congela frente a mí ¿qué fuerzas podrían derrocar semejante mirada? Tu sonrisa efímera me tiende la mano haciendo que desee alcanzarte ¿cuánto tiempo ha pasado hasta que hemos podido llegar a este punto? En esta cálida madrugada en la que se ha detenido el pasar de los días, noto la hierba agitándose bajo mis pies, fresca y quebradiza, fuerte e irrompible. No como nosotros. Siempre descoordinados, huyendo de nuestros propios sentimientos, comportándonos egoístamente, ignoramos lo importante que éramos el uno para el otro. Me gustaría poder confesarte en voz alta todo lo que he encadenado durante estos años, ahora que he logrado agarrar la palma de tu mano, el miedo que me retuvo se ha diluido sobre esta fina atmósfera que nos envuelve, cúpula de luz lunar con suave canto de chicharras. El temor a que este instante se desvanezca no logrará detenerme, la intensidad de mis pulsaciones me empujan hacia ti, mi mundo y el tuyo parece que finalmente se han sincronizado convirtiéndome en una persona valiente. Siempre fui la borrasca del otoño, granizo de primavera. Mis piernas siempre huían del amor que crecía en mi interior, alejándose del dolor, separándome de ti. Pero ya no puedo escapar más, el camino que recorrí pensando que era el correcto, no ha hecho más que dirigirme hasta este lugar donde estás tú. Mis pensamientos dan vueltas y el aire golpea mis mejillas con fuerza, tu respiración retiene todo este aroma a lavanda y, entre sombras, puedo ver la silueta de tu cuerpo más sosegada que nunca. Mis latidos se aceleran desconsoladamente y mi corazón late por el de ambos. Las lágrimas recorren mis facciones y retengo los párpados en la oscuridad. Nunca llegué a decirte esto, pero te quiero. Te quiero tanto que jamás imaginé que pudiera llegar a amar de esta manera, tanto que el no habértelo dicho hasta no ser consciente de ello es algo que no puedo quitarme de la cabeza. Las espinas de esta rosa se han propagado por mis entrañas apuñalando cada órgano hasta dejarme inútil, creo que ya es demasiado tarde. Creo que ya no tengo escapatoria, sólo tienes que pedirme que me quede junto a ti en este campo en el que no tardará en llegar la aurora. El sol empezará a salir de un momento a otro y entonces, nos separaremos. Si no me lo pides, te arrastraré conmigo aun en contra de tu voluntad. Ya te dije que mi corazón puede latir por dos, el tuyo y el mío. En el mundo de los vivos, aún queda sitio para nosotros.
Los recuerdos ya se han convertido en un sentido, mi cerebro los expulsa para alejar esta melancolía absurda que se desborda sin control. Lo real parece imaginario y a estas alturas no quiero despertar. No sin ti.
martes, 5 de mayo de 2015
El cuento de la profecía
El rumor que cubrió su corazón impidiéndole amar para siempre. Hacía años desde que aquel espejismo la atormentó por vez primera el día de su decimo cuarto cumpleaños, cuando la madre naturaleza le otorgó la madurez convirtiéndola en adulta. Había pasado demasiado tiempo desde entonces y, sin embargo, el recuerdo se mantenía tan intacto como la lucidez de las estrellas.
Ahora esa voz estaba navegando hacia sus oídos con claridad celestial por segunda vez, hasta las nubes parecían deleitarse con semejante divinidad vocal. Cruzaba el ambiente con magia embaucadora, el lamento más sereno que nadie hubiera podido imaginar.
Los dos se observaron con dedicación y respeto mutuo a ser conocedores de un enfrentamiento inevitable.
La osada voluntad de la joven, hizo que en su lengua se dibujara la amenaza.
Sentía todo el peso del cuerpo anclado al suelo. El frío iba adentrándose en la piel de la doncella cortándole cada milimetro de ser.
El sollozo decoraba sus sonrosadas mejillas, en un hálito de fe, comenzó a rezar oraciones de misericordia. Y antes de que pudiera replicar, con un fuerte estallido, la bestia dejó ver las aguas congeladas en las en el que aguardaba el cadáver de la sirena en un perfecto bloque de hielo, como si de una tumba de cristal se tratara, con su singular belleza retratada para la posteridad. El monstruo sonrió.
-Yo sé donde está mi corazón, la pregunta es ¿lo sabes, tú, princesa?
Sus miradas se retaron a pesar de la agonía.
Esta, queridos amigos, es la historia de la sirena que robó el corazón del dragón y para que la bestia no lo encontrara decidió guardarlo en los pechos de aquellos a los que embrujaba, suplantando el órgano en un hechizo que hacía sumergir a sus víctimas en un sueño fabuloso. Sin embargo, algo falló cuando vió a la princesa, se enamoró. Y a pesar de haber escondido el peligro en el interior de su querida humana, se quedó en este pantano para permanecer a su lado aun sabiendo el riesgo que corrererían. Una con el corazón de fuego, otra rindiéndose a ella.
El dragón exhaló cansado. La princesa ahora helada descansaría al lado de su amada y en su seno, el corazón de
Hiems seguiría latiendo.
"Duerme mi princesa, duerme. Puede que para entonces, las flores hayan vuelto a florecer"
sábado, 4 de abril de 2015
Murió mi poeta lejos del hogar
Hace un año desde la última carta que te escribí, y al echar la vista atrás, concluyo con la irónica moraleja de que lo tuyo es pasar, pasar haciendo caminos. Caminos sobre la mar.
Y sobre aquellas sendas de salada espuma, ondeas con fuerza el viento para continuar el viaje, aquel por el que te fuiste. Ese del que sólo tú sabes la ruta.
Quiero pensar que sigues amando la enfermiza belleza de los versos y al cielo azul que cubre la inmensidad de los continentes que en su día recorriste con los sueños aún intactos. Quiero que seas el hombre que levantaba el puño victorioso al escuchar poemas de Machado y letras revolucionarias de Serrat, aquellas que idealizaban un futuro mejor en un país desolador. Un país de historia gris, parecido a este en el que me dejaste, este que se oscureció con tu partida. Este en el que luchaste hasta el final. Golpe a golpe, verso a verso.
Me gustaría que hubieses decidido volver a ser aquel joven rebelde que fuiste, el que tenía el póster de un científico sacando la lengua en su cuarto y publicidad de izquierdas bajo la cama. Ese que forraba las carpetas con recortes de revistas y que rellenaba las mismas con poemas a medio crear. Rimas que olían a tinta de máquina de escribir, osada métrica libertina que sólo podía pronunciarse a escondidas.
Ese que aun con el pasar de los años, se le seguía quebrando la garganta al cantar en alta voz: "Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar...¡Caminante no hay camino, se hace camino al andar!" y entre lágrimas recordaba que al igual que sus ídolos, nunca persiguió la gloria.
Con la prosa de este año quiero recordarte que la silueta de tus ojos al sonreír se mantiene viva en mi memoria a pesar de la sombría dictadura de nuestra última época juntos. Ya no te culpo por prolongar tu vuelta al mundo ni por no responder a la carta del año pasado. No te culpo por no volver la vista atrás, he caído en la cuenta de que esta libertad es únicamente tuya y de nadie más. Porque todo pasa y todo queda.
Caminante no hay camino, sino estelas en la mar.