miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las cenizas bajo nuestros pies

Mi corazón está sangrando, una grieta desmedida atraviesa mi pecho permitiéndole ver la luz del sol. La costra que lo encerraba se ha partido en dos drenando todo lo que guardaba bajo las sombras, creo que voy a morir, mis manos escarlatas buscan con desesperación algún resto de humanidad. Lo único que dejan son huellas que jamás se podrán borrar. Quiero llorar océanos bajo la tormenta de mi alma, que mis lágrimas sean los rayos que bañan las olas que se agitan furiosas imitando la impotencia de mi ser. Que la espuma blanca ondee la orilla de tu piel esperando mi regreso tras la travesía sin rumbo que emprendí carente de brújula. Que la arena abrace todo este llanto que ocupa las profundidades de la tierra. Que el violento sonido de esta noche se alce colérico hasta que esta herida detenga este tortuoso dolor que me provocan los recuerdos y las nubes encubran las pesadillas en las que habitas a partir de cada medianoche. Tu voz truena dentro de mi cráneo susurrando versos que se clavan como dagas envenenadas que penetran silenciosamente hasta lo más hondo de mis entrañas. Tu mirada, triste como la luz de las estrellas, supura la súplica de mi misericordia que sin piedad y contradiciéndome, te niego con cada amanecer en el que no despierto junto a ti. Separados, nuestros lamentos se encuentran en el averno, los tuyos, una vez frente al maligno, imploran el olvido y los míos deprecan la absolución. Tras este viaje sin retorno nadie nos guía, las aves negras nos vigilan desde lo alto y nuestros cuerpos bailan un rito satánico que nos abduce a un mar de dudas que no responderemos. 

sábado, 19 de marzo de 2016

El olvido solo se llevó la mitad

La fecha se acercaba, lentamente el reloj de su corazón aminoraba la marcha hasta decir adiós. Aquella era una decisión que no podía contradecir, los latidos eran libres de ir, venir y pararse cuando lo creyeran oportuno y cuando su salud enfermó, decidió aceptarlo con presteza y en silencio. La vista que recorrieron sus ojos durante su último letargo de vida fue la del cuarto en el que se marchitaría la flor de su humanidad. Rodeado de cuatro frías paredes grises pintadas de indiferencia y un techo bajo que prefería mirar hacia otro lado antes que a él. Postrado en la cama, veía a contraluz el paso del tiempo. A través de las ventanas, el candil del día traspasaba las persianas haciendo patente el transcurso del plazo, ansioso y voraz, como un silencioso e indoloro puñal clavándose en lo más hondo de su ser. Al amanecer, las volutas de polvo le hacían compañía y se acostaban junto a él sobre la manta a cuadros que le abrigaba. Por las tardes,  dormía hasta la mañana siguiente, el dosel de sus párpados le daba las buenas noches y los abanicos de sus pestañas canturreaban calmando su pesadumbre mortal. Un sol tras otro, las semanas se unían fundiéndose en meses y en aquella soledad moribunda, yacía sin más semblanza que la suya. Sin nadie a quien mirar con amor en su alegato vagabundo, sin ninguna mano que acariciar con dulzura hasta habérselo llevado.
"No quiero morir" Se decía al recordar su vida, larga y apasionada como pocas. Había recorrido mundo morando en aventuras que quedarían grabadas en el cielo de su gloria cantora. Había logrado amar hasta encontrar el amor verdadero y tras haberlo perdido. Consiguió querer y consiguió perdonar, y aprendió a perder tras haberlo ganado todo. Durante su juventud, sus labios anidaron en tantos puertos que creyó entonces haberlos conocido todos y en su vejez, galopaban las memorias de un ayer fortuito repleto de melancolía. Sus brazos estrecharon durante décadas cuantiosas amistades que juraron en el pasado lealtad y eternidad y que en este último aliento lo habían dejado solo, solo en aquel cuarto que le encogía las carnes con cada minuto que avanzaba en el reloj.
"No quiero morir" Pronunciaban temblorosas sus mejillas al hacer memoria. Su lecho lloraba con él,  pues su historia era tan triste como extensa y sus lágrimas tan amargas,  que las sábanas se volvían acongojadas para consolarlo con cada luna plateada. La pena incurable de su espíritu palpitaba en sus venas haciendo de su enfermedad un mal irremediable. Las sombras se extendían bailando con el viento y la muerte se dedicaba a contemplarle en su sopor tras las cortinas de esa habitación en la que la escasa vida que le quedaba, le acunaba con azucaradas canciones de cuna. Las estrellas, desde su palco espacial, oscilaban tiritando con cada sollozo, sus suspiros arañaban la oscuridad del firmamento volando hasta ellas, haciéndoles llegar su elegía nocturna, enterrados sus sueños bajo tierra, arrullados para siempre los ríos de su corazón resentido y abandonado.
"Esta agonía, esta congoja...pronto se irá. Pronto se me llevará, aunque no quiera morir"

domingo, 13 de marzo de 2016

El sujeto contra el que acometo

¿Puedes escuchar el anuncio de una muerte que en silencio sentencio?
Como un ángel que con sus alas te toca, así es la muerte, te apoca.
Entre tumba y tumba yace su imperio que bajo tierra retumba.
Bajo un manto de estrellas siento el pesar de sus huellas, mermando con su beso todas mis querellas.
¿Puedes escuchar su canto que te acuna entre luna y luna?
¿Puedes escuchar mi llanto a través de este camposanto?
Si arrastrarte consigo es su decreto ¡No quiero ser testigo de su secreto!
Si en el cautiverio de este cementerio he de perderte ¡No pienso seguir siendo fuerte!
Bajo esta bóveda celeste que me abriga, aún perdura la amargura.
Bajo este desconsuelo que me hostiga, la parca ríe. Navega contigo en su barca a la deriva.
Maldita sea mi suerte incapaz de retenerte y maldita esta laguna de sepultura carente de cordura.
Maldita sea tu lápida,  invadida por tu cuerpo sin vida y maldita tu muerte que con su pesar, me tortura hasta la desventura.

martes, 8 de marzo de 2016

Escalada meteórica


Durante este alba, puedes ver brillar el horizonte, ese que juraste rozar de adolescente y que alcancé al conocerte. Mientras dure su luz, tu mirada perdida en las profundidades relucirá dorada como despiertan los sueños de los durmientes con la salida de este sol efímero que ahora más que astro rey, parece tímido gobernante. Durante este lapsus estelar en el que mi estrella más inmortal sale a navegar tras un coma profundo, emplearé todas mis armas para observarte. A ti, al secreto de mi estupefacción. Como una isla repleta de dragones que con su lava, han creado todo un archipiélago donde anidar. Como un huracán que con su ráfaga despega de ciudad en ciudad con complejo de Ryanair. En lo que dura tu trayecto espacial, grabaré el oleaje de tus pulmones y la marea silbante de tus labios, sin miedo a convertirme en un balbuciente titilante cuando este amanecer deje de tenerte como público. Mientras las sombras de tu inconsciente continúen de escapada, mientras, detonaré toda la dinamita para confesarte que tu piel canela es un desierto lleno de curvas arenosas y tu lengua rugosa, el oasis delirante que me da de beber. Durante este vuelo celeste, en el que el sol gana fuerza y yo pierdo fuelle, susurraré mi efervescente mensaje. Tu sonrisa corrosiva es la culpable de este estallido atómico en mi ser anatómico, por culpa de tu apariencia de ángel extraviado nacen en mí todos los demonios malintencionados.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Rivales

-¿Realmente piensas que me voy a tragar ese puto farol? No seas gilipollas.

Ambos se miraron con la complicidad de quienes han pasado los mejores o peores años de sus vidas acompañados. Uno junto al otro, exhumando el mismo aire durante décadas, permitiendo que el destino los hiciera inseparables hasta que uno de los dos acabase muerto. Hasta que las circunstancias se hicieran tan insostenibles como para tener que morir. Uno junto al otro, hasta el día de hoy.

-Ya te lo he dicho, Joe, no seas tan desconfiado -respondió pronunciando cada palabra con la rapidez de un coral haciendo atletismo- Sabes tan bien como yo... que sería
incapaz de mentirte.

Una sonrisa socarrona y jovial sombreó su perfecta dentadura. La mueca de aquel hombre era como contemplar la caída de la acidez cítrica en la más dulce de las lenguas, y su efecto, como era de esperar, no tardó en propagarse en el interior del contrincante de aquel peculiar duelo de ajedrez. Los ojos del desesperado Joe se clavaron con fuerza incorpórea contra los de su rival, con el nudo en mitad de la garganta a punto de ahogarlo  y las cuencas saliéndose de sus rojas e hinchadas órbitas, por unos segundos el impulso irrefrenable de matarlo allí mismo, de arrastrar su cuerpo más allá de los confines de los infiernos y comerse sus tripas se apoderó de él.

-¿Qué ves más allá de mí mismo, querido? ¿Puedes verte?

-Déjate de rodeos -exigió dándole la espalda con brusquedad al mismo tiempo que se frotaba la cabeza con las manos empapadas en sudor- ¡Déjate de rodeos, joder!

-¿Te ves del mismo modo en el que yo me veo en ti?

La silla en la que segundos antes permanecía sentado el bueno de Joe se vio despedida contra la pared, dejando tras el golpe un silencio incómodo tras el que se escondía la sorna de uno y la impotencia demente del otro.

-Dime donde están.

-Deberías mirarte esos cortes, Joe, esa butaca estaba oxidada y te está sangrando la mano.

-Que me digas de una vez dónde están -ambos sabían que ésta sería la última de sus tertulias, la cuenta atrás de sus vidas hacía abriles que agonizaba entre ellos con extrema insensatez. Sus alientos perforaban el aire a velocidades contraproducentes, uno con la parsimonia serenidad de un vegetal y el contrario con el ritmo histérico de un corazón a punto del estallido final. -Te lo advierto, no habrá próxima oportunidad.

El crujido de una pistola helada relució presentándose a nombre de tercer invitado.

-Es gracioso que me lo preguntes a mí, Joe. A mí, tu mejor amigo. Tantos años juntos... Me decepcionas -admitió con suma tristeza- ¿Quieres saber lo que pasó realmente? ¿De verdad? Baja el arma y te lo explicaré, lo prometo. Juro que si dejas de apuntarme con esa cosa tendrás los detalles que tanto anhelas. Porque has de saber que yo también tengo una advertencia para ti y es que si aprietas el gatillo, te quedarás sin respuestas ¿no queremos eso, cierto? -Joe negó lentamente luchando internamente consigo mismo- Anda, no te hagas de rogar. Muy bien, ya has dado el primer paso, vamos progresando. Bueno ¿por dónde íbamos? Ya me acuerdo, querías saber qué ha sido de ellas. Lo cierto es que no sé que grotescas sospechas te han conducido hasta mí, pero sean cuales fueran no son del todo correctas. Ojalá nunca lo hubieras descubierto, a pesar de todo el esfuerzo que he puesto, mira donde hemos acabado. Uno junto al otro, hasta el día de hoy. Espera, querido ¿no pretenderás huir a estas alturas, verdad? Ahora que estoy a punto de dictarte mi codiciada confesión. No me amargues la gloria y guarda nuevamente el revólver ¿o es que acaso has recordado algo que ignorabas? Oh, ya veo. Ya lo has descubierto. Ya sabes quien soy yo. No temas, será nuestro secreto. Deja de apuntar al espejo, no querrás matarme de verdad ¿no? Para eso tendrías que apuntarte a ti mismo.






miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mir Da'len Somniar

En la ciudad portuaria de Eriva, los barcos conquistan los amaneceres repletos de especias, bebidas, esclavos y alimentos exóticos en busca del mejor postor. Famosa por ser la capital de los mercantes, cada mañana se reúnen antes de que el sol se ponga demasiado alto en el horizonte para reclutar el material que ofertarán a pleno grito durante la jornada. Pescado, infusiones, telas o amuletos, cualquier cosa imaginable está disponible en los multitudinarios y caóticos tendales que asaltan íntegramente la zona que horas antes sólo los borrachos se atreven a pisar debido a la alta criminalidad ligada a la madrugada. Aunque últimamente, los rumores de la escasez de hurtos y asaltos nocturnos es algo que va propagándose por los habitantes de la localidad. Algunos dicen que es gracias al aumento de guardias impuestos por el nuevo alcalde, otros afirman que toda preocupación es poca como para que nadie ande de noche a solas, sin embargo, muy pocos se acercan si quiera a la verdadera razón. Los únicos que saben el motivo son los asiduos a: “El Jabalí Tartamudo” La taberna más indeseada en varias comarcas a la redonda. Donde el olor a podredumbre humana es considerado ambientador regional y el barullo es melodioso para aquellos hombres que dormitan junto a sus jarras de cerveza, aferrados a su tacto como si de la más mullida almohada se tratara. Donde sensuales mujeres de mala reputación se ganan el salario siendo el único lugar en el que se las considera un miembro honorable de la sociedad y la música de los trovadores se funde con la narración de heroicas historias que nadie recordará a la mañana siguiente. Y es que, a pesar de estar calificado como el estercolero de la ciudad, lo cierto es que los acontecimientos realmente importantes siempre comienzan allí y esta vez, no iba a ser diferente.

-Quinientas  monedas de oro ¿alguno de nosotros verá jamás tanto dinero? –suspiró desalentada.

El chico rubio que la acompañaba sonrió cruzándose de brazos.

-Si alguno de nosotros es quien se lleva la recompensa, sin duda lo verá.

Ambos se miraron fugazmente mientras que la jovencísima, se podría decir que casi niña, muchacha, tomaba asiento en la plataforma de madera desde la que se podía ver la plenitud del piso inferior. Nadie allí dentro prestaba atención a lo que unos y otros hacían con sus vidas, todos reían y bebían hasta desfallecer, pocos viajeros eran lo suficientemente valientes como para hospedarse siquiera una noche y sin embargo, esta era la gente con la que convivía día a día.  

-No creo que ese sea el destino de ninguno de los dos –confesó encogiéndose de hombros, como si aquella posibilidad no fuera ni siquiera real y se tratase solamente de un sueño infantil con el que lo único que se consigue es perder el tiempo- Hay demasiada gente apostando.

Los labios masculinos de Zathrian que un comienzo habían traído una sonrisa burlona, le dedicaron una carcajada mordaz al escuchar semejante observación procedente de una lengua con tan poca experiencia. Entretenido con el inesperado giro de la conversación, se recostó sobre la pared dispuesto a averiguar  si el tema podría dar más de sí, y con la ceja arqueada y las piernas cruzadas, preguntó con tono burlón:

-¿Acaso no me ves capaz de lograrlo? Lo diez años que nos separan me han dado cierta ventaja en este juego y te aseguro que subestimas mis habilidades.

Unathe negó con la cabeza, ignorante de la broma que le estaban gastando.

-Nada de eso… Es sólo que no te imagino en otro sitio que no sea éste. Si ganaras tanto dinero, seguramente dirías algo como: “Con tantas mujeres bonitas alrededor, mi deber es quedarme”

Y de no haber tenido razón, el joven se hubiera reído, pero si por algo era conocido, era sin duda por su fama de conquistador. Todas las damas de Eriva e incluso de las afueras, habían visitado alguna vez El Jabalí Tartamudo esperando encontrarse con el  sensible y apasionado Zathrian. Nobles y descastadas, gordas y delgadas, ricas y pobres. Todas sucumbían. A priori, podría parecer que cualquiera podía describir las sábanas del susodicho, pero sólo aquellas de capital abundante, permanecían meses bajo ellas. A cambio, el secreto de su reputación quedaba sellado de puertas para adentro. Aún casadas y con hijos, la identidad de sus amantes nunca se llegaba a revelar y eso, era un secreto a voces.

-Mi hogar está dentro de estas cuatro paredes. Sé que es algo que no entiendes, pero mi corazón siempre estará aquí, por muy lejos que viaje, nunca sería tan feliz como en esta taberna –el varón hizo una pausa, por una parte deseaba evitar el tema, en cambio, su inestable honestidad le empujaba a dejar ver una incómoda verdad- Al igual que sé que odias vivir en este antro de mala muerte.

Zathrian miró hacia el lado opuesto, donde la contraluz se extendía por todo su rostro. El nudo que se le hizo en la garganta encerraba las palabras que tanto había reprimido desde que los caminos de ambos se cruzaron hasta convertirse en el mismo apenas un año atrás. Las ironías de hace un instante se habían esfumado, la seguridad que le caracterizaba se ahogó en la marea de pensamientos que ahora le inundaba la mente. La canción del bardo hablaba por los dos, absortos y ausentes en sus propios mundos.

-¿Recuerdas la noche en la que me encontraste? –susurró Unathe con un hilo de voz quebrada.

-Cómo olvidarla.

Las notas caminaban entre ellos entre silencio y silencio, como un torrente que les fuerza a continuar hasta el final. La mirada perdida de la menor fluía en la lejanía viajando hasta el autor de la música, esperanzada de que la poesía no cesara hasta que la luna viera un nuevo amanecer. Las recompensas habían pasado a un segundo plano insignificante, los trabajos mal pagados no tenían la más mínima importancia. Los negocios y tratos carecían de sentido.

-La nieve llovía sin cesar y mis dedos comenzaban a entumecerse. Nunca había visitado una ciudad, ni ningún sitio civilizado. Me sentía tan desamparada que pensé que me habían robado el alma. Lo único que tenía era mi arco, este arco que me recuerda que tuve un pasado antes de la taberna. Entonces apareciste arropado entre dos mujeres de arrebatadoras sonrisas y voluptuosos pechos y me condujisteis hasta un lugar cálido al que llamasteis la morada de la felicidad. Nunca había imaginado que la felicidad tuviera tan mal aspecto, pero el calor me resucitó lentamente hasta dejarme dormida. Cuando el sol del día siguiente me despertó en la alcoba en la que me dejasteis, tenía la intención de irme sin decir nada. Sin embargo, antes de comenzar a recoger mis pertenencias, algo me detuvo con brusquedad. Recordé el sonido de un cantar y la yema de unos dedos peinándome con dulzura, la ternura de mi madre diciendo que me protegería de la oscuridad de la noche hasta que mis ojos volvieran a ver la luz. Y a pesar de que su voz se apagó  años atrás al igual que la de mi padre y el resto de mi familia, las sílabas de aquella nana acudieron junto a mí, como en los viejos tiempos. Cuando mi clan se reunía alrededor de la hoguera a contar historias de los antepasados, antes de que sus cuerpos mutilados rociaran los campos y me quedara sola. Me crié con la aspiración de un pueblo que quería recuperar su historia perdida para recobrar aquello que consideran hogar. Me enseñaron que nuestro destino era el de rescatar las enseñanzas enterradas para sembrarlas en una nueva tierra que podríamos catalogar de nuestra. Toda mi vida, todos los míos, buscábamos un sitio al que poder llamar hogar. No obstante, algo más fuerte que la propia supervivencia me detuvo aquella mañana, sólo los nuestros conocemos esos versos que se citan en nuestra infancia antes de dormir y a pesar de todo pronóstico, tú o tal vez mi anhelo de encontrar a alguien, fuiste quien la entonó durante la madrugada, con la misma delicadeza que me arropaba cuando era niña. Me trenzaste el cabello y esperaste a que mi respiración fuera ligera para regresar a tus quehaceres. Fue entonces cuando supe que o mi clan había fracasado, o que bien había dejado de ser de los suyos. Porque fue entonces cuando supe que mi verdadero hogar estaba aquí. En la taberna. Contigo.

Zathrian lloró aquella noche porque por primera vez había sentido aquello que llamaban miedo. Siempre la cuidó como si de su misma sangre se tratase, un vínculo creció entre ellos como el más fuerte de los robles y aunque en ningún momento llegó a educarla o criarla, la joven aprendió a observar lo suficiente como para comprender las leyes que regían la frágil pirámide de los suburbios. Muchas de sus amantes la consideraban como a una hermana pequeña. Como de la familia.

Observó su pelo blanco y corto mecerse a la altura de sus orejas puntiagudas. Sus rasgos aún indefinidos, redondeados y suaves, como una brisa de primavera sin florecer. Su mirada frágil y vacía del color de las rosas. Habría matado por ella si hubiese corrido peligro alguna vez.

-Para ser tan pequeña, tienes un  pico tenaz, niña. No obstante, aún te queda mucho por aprender. Mi madre me dijo una vez: “En esta vida existen sólo tres tipos de personas: Los honrados, que carecen de suerte y por ello trabajan justamente hasta conseguir sus fines. Los ruines, que aun estando faltos de ella, no dudan en utilizar la totalidad de sus artes para atajar el camino hasta sus metas sean cuales sean las que se propongan. Y los pícaros, la casta más indispensable de la sociedad. Sin lugar a dudas, son la mismísima fortuna personificada. Dependiendo de a quien decidan servir, la balanza se inclinará a un lado u otro. Y esto, hijo mío, es el destino que obligará a un noble ser exiliado por miedo a que sus pecados vean la luz o la suerte que tiene en sus manos la caída del más ilustre heredero” Yo hice mi elección hace tiempo, decidí que éste es mi destino.

Las palabras caían como plomo, a pesar del tono aparentemente jovial del muchacho, era notable la falsa sonrisa que traía consigo. Se acercó despacio a su protegida y colocó las palmas de las manos sobre su semblante ingenuo  para poder verla más detenidamente. Para congelar su imagen. Para no desfallecer ante la despedida. Para besarla de una vez sin pensar en el dolor que le causaría en el corazón para el resto de sus vidas.

“Es hora de que elijas el tuyo”    

lunes, 3 de agosto de 2015

Trigo y lavanda

Haces que me duela el corazón. La brisa nocturna de agosto azota esta inmensa nada que nos rodea. Puedo sentir su nostalgia en el cuerpo, como si se hubieran liberado miles de suspiros tejidos en sueños estivales, como si cientos y cientos de ellos se hubieran unido para fundirse en el hálito de la madrugada. El calor se derrite entre sus dedos permitiéndonos disfrutar de esta noche de verano. En este campo donde las flores y el trigo bailan meciendo nuestra melodía, me siento desconsoladamente triste. Tus ojos atraviesan mi ser y ya no puedo caminar, cuando tu rostro se congela frente a mí ¿qué fuerzas podrían derrocar semejante mirada? Tu sonrisa efímera me tiende la mano haciendo que desee alcanzarte ¿cuánto tiempo ha pasado hasta que hemos podido llegar a este punto? En esta cálida madrugada en la que se ha detenido el pasar de los días, noto la hierba agitándose bajo mis pies, fresca y quebradiza, fuerte e irrompible. No como nosotros. Siempre descoordinados, huyendo de nuestros propios sentimientos, comportándonos egoístamente, ignoramos lo importante que éramos el uno para el otro. Me gustaría poder confesarte en voz alta todo lo que he encadenado durante estos años, ahora que he logrado agarrar la palma de tu mano, el miedo que me retuvo se ha diluido sobre esta fina atmósfera que nos envuelve, cúpula de luz lunar con suave canto de chicharras. El temor a que este instante se desvanezca no logrará detenerme, la intensidad de mis pulsaciones me empujan hacia ti, mi mundo y el tuyo parece que finalmente se han sincronizado convirtiéndome en una persona valiente. Siempre fui la borrasca del otoño, granizo de primavera. Mis piernas siempre huían del amor que crecía en mi interior, alejándose del dolor, separándome de ti. Pero ya no puedo escapar más, el camino que recorrí pensando que era el correcto, no ha hecho más que dirigirme hasta este lugar donde estás tú. Mis pensamientos dan vueltas y el aire golpea mis mejillas con fuerza, tu respiración retiene todo este aroma a lavanda y, entre sombras, puedo ver la silueta de tu cuerpo más sosegada que nunca. Mis latidos se aceleran desconsoladamente y mi corazón late por el de ambos. Las lágrimas recorren mis facciones y retengo los párpados en la oscuridad. Nunca llegué a decirte esto, pero te quiero. Te quiero tanto que jamás imaginé que pudiera llegar a amar de esta manera, tanto que el no habértelo dicho hasta no ser consciente de ello es algo que no puedo quitarme de la cabeza. Las espinas de esta rosa se han propagado por mis entrañas apuñalando cada órgano hasta dejarme inútil, creo que ya es demasiado tarde. Creo que ya no tengo escapatoria, sólo tienes que pedirme que me quede junto a ti en este campo en el que no tardará en llegar la aurora. El sol empezará a salir de un momento a otro y entonces, nos separaremos. Si no me lo pides, te arrastraré conmigo aun en contra de tu voluntad. Ya te dije que mi corazón puede latir por dos, el tuyo y el mío. En el mundo de los vivos, aún queda sitio para nosotros.

Los recuerdos ya se han convertido en un sentido, mi cerebro los expulsa para alejar esta melancolía absurda que se desborda sin control. Lo real parece imaginario y a estas alturas no quiero despertar. No sin ti.

martes, 5 de mayo de 2015

El cuento de la profecía

Duerme mi princesa, duerme. Con el sonido de la música llegarás bella e inerte allá donde nadie puede dañarte.

Duerme mi princesa, duerme. Tus cabellos castaños acariciarán tu rostro mientras nadas al mundo de las sombras.

Duerme mi princesa, duerme. No dejes que la bestia te encuentre, falta poco para su gran despertar.

Duerme mi princesa, duerme. Puede que para entonces, las flores hayan vuelto a florecer”

Recuerdo la primavera en palacio. Mis jardines, infinitas alfombras de la naturaleza, brillando con la luz del sol recién levantado tras la siesta del invierno con su hermosura extendiéndose fuera de los límites del reino. Recuerdo los festivales y los bailes. La sonrisa de mi padre invitándome al sublime arte de la danza con la melodiosa armonía de la orquesta y la alegría de mi pueblo estallando sobre mi cabeza, haciendo latir nuestros corazones con la fuerza entusiasta de sus aplausos. Recuerdo el suave mecer de la lavanda cubriendo los campos y el lento crecer de las cosechas. El suculento olor a jazmín arrullando las cortinas al mediodía y la delicadeza de los tulipanes surcando la tierra. Evoco todos estos momentos antes de dormir y sin embargo, sólo uno me despierta.  

El susurro de una voz, cantando para mí en lo más profundo de la oscuridad.

Esta es la historia del origen en una época sin nombre ni tiempo. En un pasado que habita espiritoso sobre el espacio, entre la magia de la mitología y la heroicidad de las leyendas. Un relato rodeado de híbridos que no siempre son lo que parecen y ambiciones que nunca llegaron a ser confesadas. Esta, queridos míos, es una historia tan fantástica, que llegó a ser confundida con un sueño.

Si tuviéramos que escoger un comienzo, ese sería la antesala al término. La noche  en el que la princesa Lianni cumplió su decimo cuarto cumpleaños. Cuando la madurez decidió visitar sus muslos en forma de escuálido riachuelo escarlata marcándola para siempre iniciando así una inevitable cuenta atrás que tardaría poco en desenmascarar su fatídica consumación. En aquella cálida y agradable noche, las ramas bailaban tras el ventanal  de la damisela unas con otras a ritmo ligero. Las hojas, sapientes de lo que no tardaría en ocurrir, comenzaron a teñir sus vestidos con el color del otoño, lanzándose al vacío con el paso del viento. El aire lucía una brisa nerviosa, tartamudeaba susurros de advertencia que nunca llegaron a oídos de la infanta, pues su sueño era demasiado insondable como para ser interrumpido. Un titilante cántico la llamaba desde la lejanía, el sonido más hermoso que jamás pudo ser definido por mortales  la retenía en el inframundo de Morfeo. Y mientras, en el mundo de la superficie, la princesa se retorcía entre sus sábanas de seda, como un pez sobre la hierba deseando regresar a su hábitat. El sudor comenzó a recorrer su silueta sedienta de respuestas y en su fantasía comenzó a distinguir el centelleo de un reflejo esmeralda que la reclamaba con la belleza de los dioses. Cada vez más alto, cada vez más cerca. Ya casi podía distinguir las palabras que le estaba dedicando aquella deliciosa voz con complejo de ángel. Era…un lamento.

La madera crujió de manera estruendosa contra la pared, el cristal tembló por un instante y el aire invadió la alcoba real como el oxígeno en un pulmón recién salido del mar. Tras la irrupción de sonido en el lecho, un gélido aliento acarició los labios de su majestad al despertar aquella noche, cubierta con el manto de un pánico absoluto, parpadeó buscando cual de los dos escenarios era el innegable y cual el de utopía. El aturdimiento se diluía lentamente a la par que el miedo, un escalofrío apabullante saboreó todo su cuerpo. Sólo un sueño, tan real como la vida y la muerte. Si cerraba los ojos, quizás podría regresar, una eternidad sin aquel ser era una existencia sin alma. No obstante, cuando volvió a despertar, la luz de la gracia de Dios cubría el dosel de su camastro.

-Es hora de despertar, mi señora. Es de día.

Los rayos del albor comenzaron a corretear por la sala tras la invitación de la nodriza. Lentamente, con la picardía dibujada en la claridad de sus reflejos, desvelaron a la princesa antes incluso de llegar a su barbilla. Cada objeto comenzó a colorearse entre luces y sombras, incluso la palidez de la joven se vio dotada de relativa viveza, la cual, sin decir nada, dejó que su querida tata se sentara junto a ella en busca de una explicación ante aquella mirada silenciosa.

-¿Qué le preocupa al más bello de mis retoños?

 La muchacha cogió la mano amiga con una tenue sonrisa. Su melena cobriza brillaba suave y cuidada hasta enredarse entre las mantas contrastando con el pelo plateado y recogido de la niñera. A veces la inquietaba que tan sólo con un gesto leyera sus perturbaciones internas, era  inquietante tan exquisita precisión por parte de alguien con quien no compartía sangre. Su amada matrona conocía perfectamente el lenguaje de sus ojos y a pesar de su intento por ocultarle sus peores augurios, sus esfuerzos resultaron ser en vano.

-Querida tata, sabes bien de mi amor por la batalla. Al tanto estás de mis entrenamientos en el arte de la espada, entendida eres en mis pasiones y sabes al igual que yo, que esta no es un simple capricho.

-No es un secreto la oposición de los reyes al respecto. A pesar de su gracia en semejante baile.

Se alzó la heredera dándole la espalda a su siempre apegada cómplice, tras un paciente y tenso suspiro, permaneció callada largo rato, buscando la manera de comenzar al fin lo que tanto le estaba costando mientras caminaba sin rodeos hasta el ventanal. Percibió el apacible céfiro al asomarse y se empapó de toda esa paleta de colores anaranjados y rojizos que desglosaba su venerada floresta. La estación en la que los árboles se desnudan estaba por terminar y tras ella, otra llegaría. Su corazón empezó a moverse como un ruiseñor en pleno apogeo.

-Hiems se acerca, también sabes eso.

Ninguna de las dos hizo acopio de movimiento tras aquella oración que más que oración parecía consigna obligatoria. El mutismo hizo acto de presencia en la garganta de su vieja ama de llaves, sentía el ansioso miramiento que le estaba dedicando desde la cama.

-Ese no es un tema que debierais mencionar, mi señora

Lianni giró lacónicamente el semblante, su criandera miraba para otro lado evitando lo que su niña estaba a punto de confesar. Mantenía la esperanza de que sus malos presagios no fueran a hacerse realidad.

-Mi pueblo teme la llegada del invierno. Cada vez es más frío y duradero, más gélido y crudo. Cada año mueren más personas, las reservas se agotan, las cosechas se estropean por culpa del hielo que nos abraza con la llegada de la luna. Tata, tú comprendes la agonía de mi familia al ver su reino así, un reino que se muere enterrado en la nieve, que reza a los dioses el retorno de una primavera que cada año tarda más en regresar ¿Pretendes que haga caso omiso a la llegada de Él?

-Hiems no es asunto nuestro, mi majestad. Ni suyo, ni mío, ni de nadie. Él es su propio asunto. Un caso que sobrepasa nuestras posibilidades.

-¿De veras lo crees así? -La princesa echó la vista a un lado, deteniendo la perspectiva en uno de sus bienes más preciados: su armadura- Conoces la profecía, fuiste tú quien me la contó de pequeña.

La destinataria ignoró por completo semejante provocación, irritada, se levantó de la camera andando a paso ligero hacia la puerta, apresando el pomo entre sus dedos, conteniendo las ganas de cortar de raíz la bravata.

-Cuentos para críos, sandeces que narramos todas las nodrizas alguna vez. 

Y sin más dilación, marchó. Sin siquiera escuchar lo que la joven tenía que decirle. Lianni ensanchó su pecho al coger aire, sus emociones eran contradictorias, entre alivio y rabia. Si bien la conversación había tenido fin dejándola con la palabra en la boca, ninguna de las dos pudo quitar de sus mentes la presencia de Hiems y la remembranza del dicho popular que tanto habían memorizado como si de una novela se tratara, por mucho que su tata quisiera disimularlo, ambas sospechaban que aquel vaticinio escondía más que fantasía entre sus líneas.

El dragón del invierno, ningún humano vivo o muerto dudaba de su existencia. La historia de Hiems era el relato de la nieve y el frío. La bestia con aliento de escarcha, el monstruo que vivía en la cima del mundo, rodeado de icebergs y glaciares. Al sitio llegó cuando en éste sólo había agua y su primer sueño llegó a ser tan duradero que al despertar, sus ronquidos convirtieron el océano de alrededor en enormes bloques de hielo imposibles de derretir. En un comienzo, era inofensivo, se alimentaba de las especies a las que sin darse cuenta había congelado y poco a poco, la soledad creció en su interior como un agujero negro sediento de galaxias. No obstante, nada de esto le importó, su alma guardaba el anhelo de una única pérdida en el pasado y el dolor era tan intenso que sus lágrimas caían cada anochecer en forma de témpanos que desgarraban el suelo como garras de acero, haciendo brotar el agua escarchada con la fuerza de las olas. Olas que lo acunaban hasta obligarle a descansar nuevamente en su moisés gélido y blanco. Incontables atardeceres se sucedieron uno tras otro hasta que se tornaron infinitos y la melancolía del dragón del invierno cada vez era más y más destructiva. Construía mareas que arrastraban monolitos helados a través de los mares y un día, la nostalgia se volvió cólera. El origen de su búsqueda, el nacimiento de la leyenda de Hiems, el dragón del frío. Sus alas ondearon con furia las nubes tupiendo el cielo de allá donde pasaba, volaba los reinos escudriñando sus tierras, con la esperanza de encontrar aquello que había perdido hace mucho, dejando con su aliento la estación del invierno. Recorría la totalidad de los continentes helando los campos y transformando la lluvia en nieve. 365 días tardaba en dar la vuelta al mundo y una vez acabado el recorrido reanudaba la senda cíclicamente. Cada vez que el frío regresaba, sabían de la llegada de Hiems y de su misteriosa búsqueda. Y así, con esta verdad en sus carnes, fue como brotaron los rumores de un guerrero que liberaría a la humanidad de semejante engendro que los castigaba sin motivo cada año. Un guerrero que derrotaría al dragón, la eterna batalla de David contra Goliat, el esperado milagro. El surgimiento de la profecía más codiciada.

Se asomó al mirador apoyando los brazos sobre mármol impoluto, ya nadie quedaba cuidando las flores ni limpiando el agua de las fuentes. Las hojas se habían acumulado creando montañas de pétalos crujientes del color del barro. Desde pequeña, su belleza había traspasado las puertas de palacio, su gracia y donaire consiguieron ser comentados incluso fuera del país. Todos esperaban de ella grandes hazañas acordes a su género y posición, comprendían que su futuro era sin duda el de ser desposada por un hombre de alta alcurnia. Normalmente por decisión paternal aunque en este caso, los reyes, adoradores de su primogénita, le habían regalado el derecho a decidir siempre y cuando fuera éste un heredero. Lianni nunca puso objeción alguna, conocía suficientemente la historia como para asumirla sin protestar, siempre estuvo dispuesta a obedecer su parte, tan sólo tenía que esperar a enamorarse del  infante adecuado llegado el momento, pero todo se torció cuando aquel susurro rompió el silencio. El mayor de sus deseos se había cumplido al fin. Nunca había podido olvidarlo, a pesar de sus esfuerzos, constantemente creyó que jamás volvería a escuchar el sonido que se llevó en un sueño el romanticismo de sus venas.
El rumor que cubrió su corazón impidiéndole amar para siempre. Hacía años desde que aquel  espejismo la atormentó por vez primera el día de su decimo cuarto cumpleaños, cuando la madre naturaleza le otorgó la madurez convirtiéndola en adulta. Había pasado demasiado tiempo desde entonces y, sin embargo, el recuerdo se mantenía tan intacto como la lucidez de las estrellas.
Ahora esa voz estaba navegando hacia sus oídos con claridad celestial por segunda vez, hasta las nubes parecían deleitarse con semejante divinidad vocal. Cruzaba el ambiente con magia embaucadora, el lamento más sereno que nadie hubiera podido imaginar.

Duerme mi princesa, duerme. Con el sonido de la música llegarás bella e inerte allá donde nadie puede dañarte.

Procedía de las afueras, parecía querer guiarla hasta el origen ¿Acaso era otro sueño que venía a desquiciarla? Corrió al interior de su cuarto dispuesta a salir rápidamente de entre las paredes que la retenían en castillo, antes de que aquel murmuro desapareciera. Cruzó los pasillos y descendió las escaleras hasta llegar a las cuadras. Temía pensar que no pudiera llegar a tiempo, debía conocer a la musa. Montó sin rodeos el primer caballo que divisó y galopando a gran velocidad persiguió el camino indicado. El viento fustigaba su semblante con compasión, se dirigía más allá de la ciudad. Los árboles comenzaron a multiplicarse a medida que se alejaba, con cada trote, se adentraban más y más al bosque sin apenas darse cuenta. Las copas se oscurecían, las ramas se ensanchaban y las sombras se alargaban. Ya quedaba poco, en breves sabría la procedencia de ese canto espiritual que se había dirigido a ella. Una sacudida certera por parte del jinete detuvo al corcel a tiempo. Ambos permanecieron inmóviles vigilando la pradera, la voz se acabada de esfumar. Lianni miró a su alrededor buscando una explicación, confundida y alterada, bajó del lomo del animal notando bajo sus pies la humedad de la hierba.

-Espérame aquí.

La princesa comenzó a caminar con cautela, el calor de su cuerpo era tan intenso que por un segundo llegó a pensar que no podría contener las ganas de huir hasta el río más cercano. Sus latidos crepitaron como cuando una hoguera comienza a arder y su camisón empezó a pegársele a la piel. Un par de pasos más y ante sus ojos pudo ver con nitidez la extensión de un lago negro como el carbón, reflejando en sus aguas la flora de la arboleda. Tiritando con sus ondas, al igual que una respiración entrecortada. En ese sitio, el otoño parecía dormitar entre algodones, lejos, muy lejos de allí. La niebla cubría como un velo los troncos y el césped era tan frío y vivo como la corriente de un manantial. Se acercó un poco más al pantano, estaba convencida de que tenía que hacerlo. La orilla estaba arropada por piedras y raíces que se alimentaban del interior y antes de que pudiera hacer nada más, el susurro volvió acompañado de una figura recién salida del agua. Estaba de espaldas a la infanta, su espalda desnuda estaba vestida con una ondulada y extensa melena de un tono esmeralda más intenso que el de las gemas más preciadas. Pudo vislumbrarla perfectamente, se deslizaba con la bendición de los delfines, cantando para sus adentros en medio de aquel paraje desolador. Acariciada por el soplo de la naturaleza, su hermosura robó el aliento de la princesa. Estaba convencida de que aquella maravilla había planeado el encuentro arrastrándola con su música. Bajo el estanque, destellos multicolores sobresalían junto a la cintura de la desconocida, fijó la vista en ellos, eran extraordinarios. Sintió la necesidad de hablar, presentarse para que el momento no terminara jamás. Ambicionaba poder ver sus rasgos, conocer sus ojos, su boca y sus labios. Quería guardar el sonido de su voz en el lecho de muerte y detener el paso del tiempo a su antojo. Lo quería todo de ella, la quería a ella.

-Acércate, querida. No tengas miedo.

La mística chapoteó hasta el borde haciendo evidente su verdadera naturaleza de sirena, mirándola con sus enormes luceros azabaches al llegar. Un par de esferas ovaladas teñidas con la pintura más oscura de toda la gama posaron su objetivo en la inocente heredera. Sus cabellos verdes y enredados escondían más de un tesoro. Sus manos y su cola, estaban dotadas de membranas viscosas que la ayudaban a bucear con mayor rapidez. En los costados de su cuerpo, se habían formado branquias del tamaño de una anguila recién nacida. Y las escamas se extendían por todo su cuerpo haciendo de ella el ser viviente más inestimable que el sol jamás pudiera haber visto en todos sus amaneceres. La invitada cumplió, rendida al embrujo, apoyó las rodillas sobre la tierra acuosa para colocarse frente a frente. No tenía miedo, tampoco se sentía intimidada. Junto a ella podía notar el impulso para hacer todo aquello que nunca se había atrevido a cumplir, la fuerza de luchar por el poder de mil reinos y la sabiduría de cientos de druidas. Era su nervio y su ímpetu. La sirena también lo sabía, sentía lo mismo. Llevaba mucho tiempo observando a la princesa a escondidas. Las dos sabían lo que conllevaba el amor y, sin embargo, ninguna hizo nada por detenerlo. La princesa que se enamoró de un espíritu del mar estando destinada a un apuesto príncipe. La sirena a la que le robaron el corazón. Ahora serían dos cuerpos sin latidos ¿Se habrá creído la joven el engaño?

“Duerme mi princesa, duerme. Tus cabellos castaños acariciarán tu rostro mientras nadas al mundo de las sombras”

Semanas más tarde, Lianni revivía el encuentro hasta la saciedad. El calendario avanzó sin distorsionar su nueva prioridad más importante. Hasta  la nodriza estaba impactada ante el comportamiento moldeable y obediente de su más rebelde alumna. Cumplía todas las tareas y solamente utilizaba el tiempo libre para blandir las armas en privado. Los reyes, por su parte, también habían notado un ligero cambio en su sucesora. Últimamente era más reacia a hablar sobre el tema de su boda y parecía ausente, como si su mente estuviera ocupada en mundos desconocidos. Era como si le hubieran nacido alas con las que volaba cielos desconocidos a los que nadie más podía llegar. Nunca más intentó encontrarla de nuevo, estaba decidida a esperar lo que la sirena creyera oportuno, podrían pasar horas o quizás años, la princesa la esperaría toda la vida. Iría a su encuentro cuando decidiera volver a cantar. Ya no soñaba con su voz porque ahora su cuerpo era su inspiración. Las hojas cada vez volaban más y más lejos, hasta que una tarde, el ama de crías, sin apenas respiración, abrió de un golpe la puerta haciendo bailar las cortinas del aposento. Tenía el rostro desencajado, como si hubiera avistado una manada de fantasmas peleándose por sus huesos.

-¡Alteza!

La muchacha, al oír tal agonía, corrió a su encuentro protegiéndola entre sus brazos, donde se dejó caer pálida como la nieve más pura de las montañas.

-¿Qué te ocurre, mi más devota amiga?

Las lágrimas brotaban las mejillas de la anciana, las cuencas de sus ojos cubrían de terror el llanto de su tormento. Las palmas le temblaban, sudorosas y resbaladizas. Su cuerpo arrugado parecía más envejecido que nunca. Afuera, el sonido de cientos de armaduras caminando resonaba sincronizado. Todos a la vez dirigiéndose a un mismo lugar.

-¡El dragón! Ha llegado sobrevolando nuestro reino demasiado cerca. Su aliento ha congelado a cientos de ciudadanos –la retahíla se detuvo al instante.

-¿Qué me ocultas, compañera? –preguntó con creciente preocupación.

-Su padre, mi señora… -Lianni negó, negó hasta que su nuca no le permitió más el gesto. Su mirada personalizó el pánico y toda ella esperaba un atisbo de esperanza a aquella oración inacabada- No hay nada que podáis hacer ya por él, alteza. El dragón está matándonos a todos, quiere recuperar lo que lleva tanto tiempo buscando. Creo que alguien lo escondió en este lugar, que está aquí.

La princesa palideció tras aquella tesitura.

-Su corazón…

Corrió huyendo de los guardias que pretendían protegerla. Podía escuchar los ruegos de su criandera por todo el edificio para que se quedara a su lado. Tenía puesta la armadura y en su mano blandía la espada con la que tanto había vivido. Hiems. Había estado entrenándose durante casi toda su vida para aquel esperado desafío, intentó varias veces confesarle a su tata sus intenciones de enfrentarse a él este año cuando viniera a soltar su temible invierno.

 “-Leo en tu alma el tormento de un dragón, amada mía –pronunció el híbrido con certera puntería- No temas, mi princesa, tu destino está junto a él ¿Nunca te has preguntado qué es lo que realmente busca?

Días y días pasaron con la incertidumbre sobre sus hombros, nunca resonó en su cerebro la respuesta ni tampoco un atisbo de claridad. Hasta ahora. Aquel monstruo buscaba con ansias su corazón, el corazón que le fue robado hace miles de años por un ser de exquisita belleza marina. Mantuvo el ritmo persiguiendo el manto helado que el dragón dejaba tras de sí, a pesar de que supiera a la perfección el destino.

Duerme mi princesa, duerme. No dejes que la bestia te encuentre, falta poco para su gran despertar.

Al llegar, el bosque estaba manchado por el color de las perlas. Todo estaba cubierto de hielo y la negrura de la última vez se había tornado clara como la luz de la luna. Los árboles estaban vestidos de escarcha al igual que la hierba del suelo. Las hojas se habían transformado en nieve y ésta se acumulaba creando cordilleras liliputienses. Una lluvia hiriente caía en picado desde el cielo, y de la boca de la consorte salía un vaho abrumador. Insignificante en comparación al aliento que expulsaban las fosas de la bestia. El dragón la miró con diversión, su cuerpo parecía construido por gigantes en un culto a los dioses.
Los dos se observaron con dedicación y respeto mutuo a ser conocedores de un enfrentamiento inevitable.

-He esperado este momento más de lo que piensas, princesa.

La osada voluntad de la joven, hizo que en su lengua se dibujara la amenaza.

-No permitiré que la mates.

El reptil se acercó a ella un poco más con curiosidad. Estaba impaciente, podía describir la tortura que sufría la loable damisela con tan solo olisquearla.

-¿De veras crees que deseo algo tan insignificante como su muerte? –Preguntó soltando una carcajada que dejó una vaporada de humo gélido entre ambos- ¿Acaso piensas que le guardo rencor a esta ruin abominación que robó el fuego de mi corazón? -tras una breve pausa, el dragón zanjó colérico- ¡Debería matarla ahora, ante tus ojos!

El grito resonó cubriendo de nieve la totalidad del bosque. Lianni caminó enfrentándose a la tormenta blanca que se deslizaba por los labios del animal, cayéndose más de una vez, peleando por mantener la movilidad de sus múscu los sin éxito, quedó de rodillas al enemigo con el escudo protegiéndole la cara.

-No le hagas daño, te lo ruego.

Sentía todo el peso del cuerpo anclado al suelo. El frío iba adentrándose en la piel de la doncella cortándole cada milimetro de ser.

-Ya es tarde, mi señora...

-¿Qué queréis decir, flamante animal? 

-Le pedí lo que por derecho me corresponde y no me quiso confesar el escondrijo, pero sé muy bien donde se halla. Ahora ya tengo la respuesta. Sé que lo guardó en un sitio en el que jamás pensó que lo encontraría.

-¡NO!

La princesa chilló desde la nieve al ver las pisadas del dragón dirigiéndose hacia el lago.
El sollozo decoraba sus sonrosadas mejillas, en un hálito de fe, comenzó a rezar oraciones de misericordia. Y antes de que pudiera replicar, con un fuerte estallido, la bestia dejó ver las aguas congeladas en las en el que aguardaba el cadáver de la sirena en un perfecto bloque de hielo, como si de una tumba de cristal se tratara, con su singular belleza retratada para la posteridad. El monstruo sonrió.

-Yo sé donde está mi corazón, la pregunta es ¿lo sabes, tú, princesa?


Sus miradas se retaron a pesar de la agonía.

Esta, queridos amigos, es la historia de la sirena que robó el corazón del dragón y para que la bestia no lo encontrara decidió guardarlo en los pechos de aquellos a los que embrujaba, suplantando el órgano en un hechizo que hacía sumergir a sus víctimas en un sueño fabuloso. Sin embargo, algo falló cuando vió a la princesa, se enamoró. Y a pesar de haber escondido el peligro en el interior de su querida humana, se quedó en este pantano para permanecer a su lado aun sabiendo el riesgo que corrererían. Una con el corazón de fuego, otra rindiéndose a ella.

El dragón exhaló cansado. La princesa ahora helada descansaría al lado de su amada y en su seno, el corazón de
Hiems seguiría latiendo.


"Duerme mi princesa, duerme. Puede que para entonces, las flores hayan vuelto a florecer"

sábado, 4 de abril de 2015

Murió mi poeta lejos del hogar

Hace un año desde la última carta que te escribí, y al echar la vista atrás, concluyo con la irónica moraleja de que lo tuyo es pasar, pasar haciendo caminos. Caminos sobre la mar.

Y sobre aquellas sendas de salada espuma, ondeas con fuerza el viento para continuar el viaje, aquel por el que te fuiste. Ese del que sólo tú sabes la ruta.

Quiero pensar que sigues amando la enfermiza belleza de los versos y al cielo azul que cubre la inmensidad de los continentes que en su día recorriste con los sueños aún intactos. Quiero que seas el hombre que levantaba el puño victorioso al escuchar poemas de Machado y letras revolucionarias de Serrat, aquellas que idealizaban un futuro mejor en un país desolador. Un país de historia gris, parecido a este en el que me dejaste, este que se oscureció con tu partida. Este en el que luchaste hasta el final. Golpe a golpe, verso a verso.

Me gustaría que hubieses decidido volver a ser aquel joven rebelde que fuiste, el que tenía el póster de un científico sacando la lengua en su cuarto y publicidad de izquierdas bajo la cama. Ese que forraba las carpetas con recortes de revistas y que rellenaba las mismas con poemas a medio crear. Rimas que olían a tinta de máquina de escribir, osada métrica libertina que sólo podía pronunciarse a escondidas.

Ese que aun con el pasar de los años, se le seguía quebrando la garganta al cantar en alta voz: "Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar...¡Caminante no hay camino, se hace camino al andar!" y entre lágrimas recordaba que al igual que sus ídolos, nunca persiguió la gloria.

Con la prosa de este año quiero recordarte que la silueta de tus ojos al sonreír se mantiene viva en mi memoria a pesar de la sombría dictadura de nuestra última época juntos. Ya no te culpo por prolongar tu vuelta al mundo ni por no responder a la carta del año pasado. No te culpo por no volver la vista atrás, he caído en la cuenta de que esta libertad es únicamente tuya y de nadie más. Porque todo pasa y todo queda.

Caminante no hay camino, sino estelas en la mar.

lunes, 23 de marzo de 2015

Ya no veo tus ojos

Cuando te cruzaste en mi camino y pasamos todo aquel tiempo juntos, éramos dos críos que parecían ignorar todo lo que el mundo les traía tras de sí.

Cuando te conocí, ni siquiera te fijaste en mí, tenías la cabeza en otro sitio. Mirabas el contenido del mundo como si fuera a romperse con el mínimo roce. Observarte era como mirar a un animal que teme ser cazado de un momento a otro. Estabas ahí sentada, apartada del resto por voluntad propia, rodeada de música hiriente, entretenida con el espectáculo que resulta ser la vida de los demás. Me transmitías un extraño sentimiento de protección. Por alguna razón, me sentí como si tuviera que cuidar de ti. Cuando hablamos por primera vez, me contaste poca cosa, costaba sacarte las palabras y en ellas había cierto tono tímido que sacabas fuera quien fuese el receptor de las mismas. A decir verdad, siempre te comportaste así, incluso cuando llegamos a confiar el uno en el otro. Definitivamente, vivir te atemorizaba.

No sabía muy bien cómo tratarte, eras la vulnerabilidad personificada. Me hacías sentir mucho más mayor de lo que era, y la realidad era que sencillamente era un adolescente huyendo de mis propios miedos. Decidí que cuando me preguntaras cualquier cosa, te respondería con la verdad más cristalina que jamás nadie habría escuchado de mis labios. Pensé que sería lo correcto teniendo en cuenta que tú siempre me tratabas con la mejor de tus sonrisas. Poco a poco, cuando el tiempo fue pasando y con él, las horas juntos, recuerdo que mirabas el cielo cuando nos quedábamos solos. Y a veces  confesábamos cosas que temíamos expresar en voz alta, cosas que otros habían utilizado en el pasado para herirnos y que por algún motivo salían a la luz como si no fueran importantes. Éramos como niños jugando a ser hermanos, incluso te daba miedo quedarte sola por las noches y me pedías que me quedara para poder dormir. Siempre te dormías antes que yo. Nunca fuimos conscientes de lo mucho que nos influiría todo lo que vivimos juntos, ni siquiera cuando nos separamos y tuve que irme.

Durante el mes que pasé contigo, te vi crecer y me sentí afortunado. Intenté darte lo mejor de mí, y tú me diste sentimientos que nunca me habían dado. Me diste aquello que por aquel entonces no podía mostrar, me enseñaste que aún sin enseñar todo lo que había dentro de mí, nunca querrías marcharte.